Existía hace muchos años un zapatero laborioso, cuya única labor y entretenimiento consistía en arreglar los zapatos que sus clientes le llevaban.
Tan feliz era el zapatero que a sus clientes cobraba poco o nada, ya que arreglaba los zapatos por placer. Esto hacía del zapatero un hombre pobre, sin embargo, cada vez que terminaba un encargo, lo entregaba sonriente y se iba a dormir plácidamente.
Era tal la felicidad del zapatero que pasaba las tardes cantando, cosa que molestaba a su vecino, un hombre rico.
Un día, el hombre rico, embargado por la duda, decidió abordar al zapatero. Se encaminó hacia su humilde residencia y parado en el sencillo pórtico preguntó:
– Dígame usted, buen hombre, ¿cuánto dinero produce al día? ¿Es el dinero lo que causa su desbordante felicidad?
El zapatero respondió:
– Vecino, la verdad es que soy muy pobre. Con mi trabajo solo obtengo unas cuantas monedas que me ayudan a vivir con lo justo. No obstante, la riqueza no significa nada en mi vida.
– Eso me imaginé – Dijo el rico. Vengo a contribuir con su felicidad.
De esta manera, el hombre rico le entregó al zapatero un saco lleno de monedas de oro.
El zapatero no terminaba de creer lo que estaba sucediendo. Había dejado de ser pobre en segundos. Luego de agradecerle al rico, tomó el saco de monedas y lo guardó con recelo bajo su cama.
Este saco de monedas cambió la vida del zapatero. Al tener algo que cuidar con recelo, su sueño se volvió inestable y temía que pudiese entrar alguien a su hogar a robar el saco de monedas.
Al no dormir bien, el zapatero ya no tenía la misma energía para trabajar. Ya no cantaba de felicidad y su vida se volvió agotadora. Por esta razón, el zapatero decidió devolver al hombre rico el saco de monedas.
El hombre rico no daba crédito a la decisión del zapatero, por lo que le preguntó:
– ¿Acaso no disfruta usted de ser rico? ¿Por qué rechaza el dinero?
El zapatero pausadamente respondió:
– Vecino, antes de tener ese saco de monedas, yo era realmente feliz. Todos los días me levantaba cantando después de dormir plácidamente. Tenía energía y disfrutaba mi trabajo. Desde que recibí este saco de monedas, dejé de ser el mismo. Vivo preocupado por cuidar el saco y no tengo tranquilidad para disfrutar de la riqueza que se encuentra en él. Sin embargo, agradezco su gesto, pero prefiero vivir siendo pobre.
El hombre rico se sorprendió y entendió que la riqueza material no es fuente de felicidad. También entendió que la felicidad se compone de pequeños detalles y cosas que muchas veces pasan desapercibidas.
Moraleja
El dinero es una herramienta para conseguir las cosas que queremos. Más no debemos intentar todas las cosas sólo por conseguir más dinero. Porque el dinero no es ni puede ser un objetivo, ya que carece de felicidad.
En la fábula, vemos recreada la felicidad en la imagen de una persona cualquiera que cada día sale a disfrutar de lo que hace. Y ese disfrute, aun cuando le genere poco o nada de satisfacción económica, le permite sentirse feliz, en plenitud, sin necesidad de nada más.
Esto nos da a entender que la felicidad se encuentra en hacer lo que más nos gusta.