La base de toda virtud es el dominio de sí mismo. En cuanto alguien se hace esclavo de sus instintos pierde inmediatamente la garantía mejor de su vida moral: el gobierno de sí mismo.
Quien se deja arrastrar, sin oponer resistencia, por los deseos sensuales, no solo pierde el derecho de llamarse joven de carácter, sino aún el de llamarse hombre. En el concepto de hombre se incluye el mando, el saber oponerse a las pretensiones ilegítimas del cuerpo, a sus explosiones desenfrenadas. Con asombro vemos en la vida cómo no sólo los niños -en quienes prevalece el poder de los sentidos-, sino hasta hombres maduros obran bajo la influencia de la impresión primera.
Cuán increíblemente débil es su autodisciplina, que, sin embargo, podría ayudarles para considerar antes si su acción es justa, legal, conveniente, y las circunstancias que acarrea.
Las olas instantáneas de la vanidad ofendida y de la ira, del sensualismo y del orgullo, etc. los empujan y los arrastran a obras que a los cinco minutos son los primeros en lamentar. Un porcentaje enorme de crímenes se borraría en el mundo si los hombres aprendieran a practicar bien una sola virtud: saber mandarse a sí mismos.
En una pequeña ciudad de provincia encontré un día por la calle a un niño que lloraba a voz en cuello. Durante largos días había trabajado en hacer una hermosa cometa, la había adornado, pegado…, y cuando ya quiso soltarla se le quedó prendida en un hilo telegráfico. La hermosa cometa se retorcía impotente bajo el soplo del viento sobre el hilo, se iba destrozando y el niño lloraba al pie del poste telegráfico por aquel trabajo hecho con tanto esmero y solicitud.
El alma de cada muchacho bien volaría hacia las alturas; pero la de muchos queda prendida -por desgracia- en los arenales del entendimiento que duda, en los escollos de la moral, en las redes de las pasiones. ¡Pobre niño! ¡Cómo llora cuando su cometa, que con empuje emprendió el vuelo, se enreda entre los hilos extendidos y se hace jirones! ¿Cuidado que tu alma, en su ascenso, no quede aprisionada entre las garras de las pasiones y en el laberinto inextricable de las fuerzas desordenadas del instinto!
Tihamer Toth. El joven de carácter. Atenas.
¡Qué personalidad tan fuerte y atractiva presenta la experiencia! Parece tan lejano el día en el que seamos maduros y más prudentes. Es el aprendizaje de la vida…
Todos apreciamos el valor de la experiencia. Tenemos la necesidad de acudir a las personas mayores en busca de guía y consejo, pues su conocimiento del mundo, de la vida y de la gente son una fuente invaluable para tomar decisiones.
La experiencia es el conocimiento adquirido en el transcurso de nuestra vida, ayudándonos a tomar mejores decisiones ponderando posibilidades y riesgos; aprendemos en la intimidad de nuestro ser, en la familia, con los amigos, a través de la lectura, en el trabajo. A pesar de todo esto, muchas veces seguimos tomando decisiones a la ligera, cometiendo los mismos errores y cerrando nuestros oídos a los consejos que nos brindan personas con mas visión que nosotros.
Aunque la edad es la que aporta experiencia, cada momento de nuestra vida ofrece un nuevo conocimiento y un panorama más amplio sobre cada circunstancia, nuestro pensamiento y actitudes se van modelando paso a paso, dando como resultado la madurez.
La experiencia es conocer a las personas, sus reacciones y las costumbres sociales; es también la paciencia para afrontar las contrariedades; forma una capacidad para hacer analizar con más profundidad los acontecimientos relacionando vivencias pasadas y adecuándolas al presente para emitir juicios más precisos, además de una marcada serenidad para tomar decisiones.
A diferencia de otros valores, la experiencia no es fácil de construir de manera activa. Podría decirse que la experiencia en su forma básica se modela con los golpes de la vida. Sin embargo sí podemos tener una actitud alerta y vigilante que nos permita sacar el máximo provecho de todas las circunstancias de la vida.
Algunos medios que podemos poner para aprender más de la vida y enriquecer nuestra experiencia son:
– Analizar nuestras decisiones pasadas y futuras, no sólo las más importantes y trascendentes como la elección de estudios profesionales, el matrimonio, iniciar una empresa por nuestra cuenta sino también aquellas decisiones aparentemente sin importancia que trajeron grandes resultados en nuestras vidas.
– Entender que debemos ser humildes y aprender de los demás. A veces nos empeñamos en no escuchar un consejo porque las alternativas que nos proponen no están de acuerdo al gusto que nos estimula en el momento. No debemos aferrarnos a una idea, cuando varias personas coinciden en hacernos notar el error (sobre todo si por edad, parentesco o alta calidad moral, su punto de vista es particularmente valioso). Debemos tener apertura a la opinión ajena y ser honestos con nosotros mismos para rectificar, tarde o temprano nos daremos cuenta de cuanta razón tenían.
– Al tomar una decisión, comenzar un trabajo, iniciar un negocio o adquirir un compromiso, debemos asumirlo con todas sus instancias, sin escatimar esfuerzos ni abandonarlo a las primeras contrariedades, sólo así estaremos en condiciones de conocer realmente nuestras capacidades y posibilidades. Las cosas que más trabajo nos han costado, son las que más valoramos; quienes más esfuerzo han realizado a través de los años, se encuentran en mejores posibilidades de alcanzar objetivos más «altos», más ambiciosos… La experiencia nos ayuda a plantearnos metas reales y accesibles a nuestra persona, con grandes posibilidades de éxito.