Cascina Piana era un pueblo muy pequeño, rodeado de bosques y de prados, muy muy lejos de Roma, la conocida capital de Italia. Tan pequeño era el pueblo que se podían contar las casa con los dedos de tres manos.
En Cascina Piana sólo había un pozo para sacar agua y era un pozo extraño, porque no había cuerda para sacar cubos. ¡Qué cosa! Cada una de las familias, en su casa, tenía guardada una cuerda y quien iba a buscar el agua, se la llevaba al pozo y cuando ya tenía el agua necesaria la descolgaba y se la llevaba celosamente hacia su casa ¡Un solo pozo y quince cuerdas!
Si no os lo creéis, podéis ir allí y os explicarán cómo no hace mucho tiempo, aquellas familias estaban desavenidas, nadie quería saber nada del otro. Eran incapaces de descubrir que era mejor tener una sola cuerda para todos.
Llegó la guerra y los hombres del pueblo tuvieron que marchar, y recomendaron a sus mujeres lo que tenían que hacer y, sobre todo, que no se dejaran robar las cuerdas.
Después hubo una invasión en el país, los hombres estaban lejos, las mujeres tenían miedo, pero las quince cuerdas estaban bien guardadas en las quince casas.
Un día un chico de Cascina fue al bosque a recoger leña y encontró a un hombre herido en un a pierna. Muy deprisa, se lo dijo a su madre. La mujer estaba muy nerviosa y se retorcía las manos, pero de golpe dijo:
-“Lo llevaremos a casa y lo tendremos escondido. Esperemos que alguien ayude a tu padre-soldado en una situación parecida. No sabemos dónde está, ni siquiera si está vivo.”
Escondieron al hombre en el pajar y avisaron al médico diciéndole que se trataba de la abuela, pero las otras mujeres de Cascina, habían visto a la abuela aquella misma mañana, sana como una manzana, y descubrieron que había gato encerrado.
Antes que llegara la noche todo Cascina sabía que un hombre herido estaba en el pueblo y algún campesino viejo dijo:
-“Si lo saben los invasores, vendrán aquí y nos matarán a todos.. Esto acabará mal.”
Pero las mujeres no razonaron así. Pensaban en sus maridos, tan lejos… y suspiraban. Al tercer día por la noche una mujer cogió una buena longaniza y se la llevó a Catalina que era la madre del chico que encontró al hombre. Al cabo de un rato y a oscuras, llegó otra con una botella de vino, después una tercera con un saco de harina de trigo, una cuarta con un trozo de panceta y antes que amaneciera todas las mujeres de Cascina habían visto al hombre y le habían llevado sus regalos, al mismo tiempo que se enjugaban las lágrimas, para que se curara pronto.
Así, trataron al hombre como si fuera de la familia.
Y llegó un día que, ya muy mejorado, salió a tomar el sol y vio el pozo sin cuerda y se quedó sorprendido de tanto trabajo y tantas cuerdas. Las mujeres no le pudieron dar ninguna explicación satisfactoria. Tenían que haberle dicho que antes no eran amigos. Ahora pensaban que era diferente, todo había cambiado: habían sufrido juntas y juntas habían ayudado al hombre.
Entonces decidieron comprar una cadena entre todas las familias y dejarla en el pozo. Así lo hicieron y el hombre sacó el primer cubo de agua. Parecía la inauguración de un monumento.
Aquel mismo día, marchó el hombre, bien curado, hacia las montañas.
CarreraS, Ll. Y otros. Cómo educar en valores. Narcea Ediciones.