Cualquier acontecimiento que en la Pampa ocurriere, era, lo mismo que en todas partes, objeto de los comentarios de cuanto bicho viviente hubiera. Cada uno daba su opinión según su propio temperamento, su posición o sus intereses: y las aves de rapiña, ni las fieras, podían apreciar un hecho social o un decreto del gobierno con el mismo criterio que las ovejas o las liebres.
Sucedió que unos cuantos burros, habiéndose juntado por casualidad, al pie de unas piedras altas, el eco hacía retumbar de tal modo sus rebuznos, que tapaban éstos el murmullo de las mil voces cuchicheando en la llanura; y aprovechando la coincidencia, exclamaron a un tiempo, para que los oyeran bien todos y repitieron hasta cansarse: «¡Nosotros somos la opinión!».
Acabando por creerlo así ellos mismos, y también muchos otros; pero no todos…