El tigre encontrándose indispuesto, tuvo que apelar, para poder comer carne de ave, como se lo había mandado el médico, a los buenos oficios de los pájaros cazadores. El cóndor pronto le trajo una pava gorda; el gavilán le trajo después una martineta; el carancho se quiso lucir y también le trajo un pollo.
El chimango, que no quería ser menos, reclamó su turno y se aprontó también para salir a cazar. Cuando lo supo, el tigre frunció la ceja y dijo que era una barbaridad contar con semejante infeliz para tener carne fresca. No había duda, decía, de que ese día él no iba a comer, y se iba a enfermar más, y que era cosa de enojarse ver a semejante comedido meterse en lo que no sabía hacer.
-Si algo trae, seguro que va a ser carne podrida, pues es lo que más le gusta a él. Y si por casualidad es una presa viva, va a ser algún chingolo que ni alcanzará a llenar la muela que tengo picada. Pero, ni esto.
No va a traer nada, nada, seguramente; y no tendré más remedio que comérmelo a él.
El chimango no quiso desistir, a pesar de todo, ni ceder su turno; se fue no más.
-Nada, nada va a traer, verán -insistió su majestad.
Y efectivamente volvió el chimango sin nada en las garras y sin nada en el pico; todo avergonzado y temblando al pensar en la ira terrible del tirano.
-Pero ¿no les decía yo -exclamó éste-, que no traería nada? ¿No lo había previsto yo? ¿No lo había previsto? Digan.
Todos así lo reconocieron, alabando el acierto del monarca; y aunque el almuerzo le hubiera fallado, quedó el tigre quizá más satisfecho por no haber errado en sus previsiones que si el chimango le hubiera traído una perdiz. Hasta creen muchos que si éste hubiese traído una gallina, no hubiera evitado ser castigado con cualquier pretexto, por haber hecho salir desairado, al que al contrario perdonó generosamente una torpeza que tan bien ponía de relieve su triunfante perspicacia.
Para muchos casi es desgracia que no se produzca la que tienen anunciada.
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