Un loro, de estos que con tal que hablen, les parece que dicen algo, y que más gritan, más piensan ser entendidos, iba por todas partes, diciendo que su nido estaba deshecho sin compostura, y tan sucio que ya no se podía vivir en él.
El hornero, que tanto trabajo se da para edificar su casa, que siempre la va componiendo, arreglando y limpiando, extrañaba que pudiera uno hablar tan mal de su propio nido; y un día, le preguntó al loro por qué más bien no trataba de componer el suyo.
-Si no tiene compostura, amigo -le contestó el loro-; si esto no tiene remedio; los loros somos así; ya que hemos hecho algo, lo destruimos; nuestra raza es una raza ruin -y mil cosas parecidas.
-Haces mal, loro, en hablar así de tu hogar y de los tuyos -le dijo el hornero-; sería mejor, por cierto, no ensuciar, ni destruir tu nido; pero todo mal tiene compostura, menos para el que se figura que no la tiene. Ya que no puedes corregir los defectos de tu nido, escóndelos siquiera y no metas tanta bulla para hacerlos conocer de todos.
Nunca debe pensar nadie, ni menos decirlo, que haya mejor casa, mejor familia, mejor patria que la propia.