El jaguar, después de esforzarse mucho, logró empujar la piedra y salir del hueco. Entonces no pensó sino en vengarse y dijo: —Ahora voy agarrar a la raposa.
Se echó a andar y, estando por lo más intrincado del bosque, oyó un barullo: Txán, txán, txán… Caminó hacia el lugar de donde provenía el ruido y vio que la raposa estaba jalando bejucos, o sea, unas lianas muy resistentes y flexibles.
Debido al barullo, la raposa sólo se dio cuenta de la presencia del jaguar cuando ya lo tenía muy cerca y le era imposible fugarse. Entonces se dijo: —Estoy perdida; ahora el jaguar quién sabe me va a comer. Pero se le ocurrió inmediatamente un plan y, así, dijo a su enemigo: —Ahí viene un viento muy fuerte; ayúdame a sacar bejucos para amarrarme a un árbol, pues de lo contrario el viento me arrebatará… El jaguar le ayudó a sacar los bejucos y, temiendo también al viento, dijo a la raposa: —Amárrame a mí primero; como soy más grande, el viento puede llevarme antes.
La raposa le contestó que se abrazara a un palo grueso y, luego, con el bejuco más largo y fuerte, le amarró los pies y las manos contra el palo.—¿Oyes? Es un viento muy fuerte —dijo la raposa.
—Apriétame bien —respondió el jaguar, a quien le pareció que de veras venía un huracán.
La raposa, entonces, dio varias vueltas al bejuco ajustando el cuerpo del jaguar contra el tronco, que era el de un árbol muy grande y muy frondoso.
Después dijo:v—Ahora quédate aquí, que yo me voy…
El jaguar se quedó allí amarrado y la raposa se fue.
No llegó ningún viento.
Pasados algunos días, llegaron los ratones y comenzaron a hacer su nido en la copa del árbol a cuyo tronco el jaguar estaba amarrado.
Los ratones subían y bajaban por el lado del tronco que no se encontraba ocupado por el cuerpo del jaguar.
Él les dijo:
—¡Ah, ratones! Si ustedes fueran buenos roerían pronto este bejuco y me soltarían. Los ratones le contestaron: —Si nosotros te soltamos, tú nos matarás después. El jaguar prometió: —¡No los mato! Los ratones trabajaron toda la noche royendo el bejuco y, a la mañana siguiente, el jaguar estaba libre. Como tenía bastante hambre, no hizo caso de su ofrecimiento y se comió a los ratones. Después se fue en busca de la raposa.
¡Si tu enemigo hace alguna cosa y dice que es en tu beneficio, estás en riesgo! Tal era una de las máximas de la raposa. En los tiempos en que tuvo ocasión de aplicarla, caminaba solamente de noche, pues tenía mucho miedo al jaguar.
Éste, que la había perseguido tanto inútilmente, resolvió cogerla en una trampa. Armó una trampa en el camino por donde la raposa acostumbraba pasar y luego, para halagar a la raposa, barrió un trecho del camino. Cuando la raposa llegó, le dijo: —He limpiado tu camino a causa de las espinas, pues puedes pisarlas debido a la oscuridad… La raposa, acordándose de su máxima, desconfió y dijo: —Pasa tú adelante. El jaguar pasó y desarmó la trampa. La raposa volvióse hacia atrás y se fugó.
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