He escuchado una hermosa historia antigua que trata sobre un gran emperador famoso, Alejandro Magno. Cuando su maestro, Aristóteles, supo que Alejandro había invadido India, le pidió:-Cuando vuelvas, tráeme los cuatro Vedas de los hindúes. Ha habido rumores que esos libros contienen todo el conocimiento del mundo; que si se conocen los cuatro Vedas, se conoce todo. Por eso, tráeme esos cuatro Vedas.
Alejando dijo:
-Eso es muy simple.
Pero en aquellos días los Vedas no estaban impresos porque, los hindúes, incluso por cientos de años –después de que se inventara la imprenta– nunca quisieron que sus fuentes de sabiduría se imprimieran y fueran vendidas en el mercado.
La cosa parecía muy fácil pero, en realidad, era difícil, pues sólo algunas familias de brahmanes muy prominentes podían tener alguna copia. Y después de tanto buscar, por fin, se encontró con gente que tenía alguna noticia. Ellos, haciendo alusión al anciano que se encontraba allí, dijeron:
-Él tiene una de las copias más auténticas de los Vedas. Los podrás conseguir de él.
Alejandro se acercó al anciano, expuso su necesidad y, éste, contestó:
-No hay problema. Pero, por tradición y por lo sagrado que es para nosotros, sólo podemos dar los Vedas cuando el sol está ascendiendo. Has venido en un momento inadecuado, el sol se está poniendo. Ven mañana por la mañana, justo antes del amanecer, en el momento en que el sol comienza a ascender, y yo te entregaré los cuatro Vedas.
Alejandro dijo:
-No pensaba que sería tan simple, ¿no me pides nada a cambio?
El anciano respondió:
-No. El hecho de que difundas los Vedas a lo largo y ancho del mundo es suficiente. Ven temprano por la mañana.
Alejandro suspiró:
-Hecho, y se retiró. Pero no sabía que el anciano era muy listo.
Tras la ida de Alejandro el anciano convocó a sus cuatro hijos y, toda la noche, estuvieron sentados junto al fuego.
El anciano distribuyó los cuatro Vedas entre sus hijos, según sus edades. Luego ordenó que leyeran una página de modo que él pueda oír correctamente, y, ellos, recordar perfectamente y tirarla al fuego. Por la mañana tenía que haber ardido los cuatro Vedas y, ellos, tenían que haberse convertido en los cuatro Libros Sagrados. Después, los muchachos, iban a ser ofrecidos a Alejandro Magno.
Así lo hicieron y, por la mañana, cuando apareció Alejandro se quedó anonadado, pues los cuatro Vedas habían terminado de arder. Entonces el anciano intervino, ante el silencio de Alejandro, diciendo:
-Ahora puedes llevarte a mis cuatro hijos. Tienen una memoria perfecta; repetirán los Vedas a la perfección. No podía darte los Vedas porque eso nunca se ha hecho, pero puedo darte a mis hijos. Les he enseñado a memorizar durante toda mi vida. Basta con repetir una cosa para que se quede grabada en su memoria como si estuviera escrita en piedra.
Alejandro fue derrotado por el anciano. No podía llevarse a los cuatro hijos porque no conocía el significado de lo que decían; ellos no podían explicar nada. La lengua era diferente y no podían traducir, no sabían griego. ¿De qué le serviría llevárselos?
La memoria, aunque sea sumamente entrenada –como la de un erudito religioso o un líder político, o como la de los cuatro hijos del anciano– no dejará de ser parte del bío-ordenador natural útil y apta para recordar. Las universidades y las escuelas que todavía dependen del cultivo de la memoria, se engañan a sí mismos y al público en general porque piensan que eso es inteligencia. La memoria no es inteligencia.
La diferencia entre la memoria y la inteligencia es enorme. La memoria depende de la repetición o del entrenamiento constante; en cambio, la inteligencia, depende de la experiencia, del contacto con la realidad en el momento presente. La inteligencia no depende del pasado.
Es más: inteligencia es la capacidad de vivir el momento, de saborearlo, de degustar, de experimentar todos los rincones de la vida, aquí y ahora. Es saber ‘arreglárselas’ en éste momento. Si éste momento trae consigo lucha, lucha totalmente; si éste momento trae descanso, descansa totalmente; si éste momento trae risa, ríe hasta las últimas consecuencias, ríe hasta llorar, ríe hasta que te dé calambre…
Vivir el momento, pero totalmente, es inteligencia.
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