En la historia del mago de Oz, cuando Dorothy y sus compañeros llegan a las puertas de la ciudad Esmeralda, el vigilante les cierra el paso diciéndoles que si quieren acceder a la ciudad deben colocarse unas gafas con cristales verdes. Sin estos cristales la brillantez y la gloria de la ciudad podría cegarlos.
Existió una vez, en un pequeño y lejano pueblo, una vieja mansión abandonada. Un buen día, un pequeño perro vagabundo, buscando refugio, logró introducirse por un agujero de aquella casa.
El perro ascendió por una señorial escalera. Cuando llegó al último peldaño halló una puerta semiabierta. Se adentró en aquel nuevo y misterioso cuarto que aparecía ante él.
Con gran sorpresa descubrió que dentro de aquella estancia había una multitud de perros observándole tan fijamente como él los observaba a ellos. El perro comenzó a mover la cola y a realizar las zalamerías que un niño le enseñara hace mucho tiempo… Los cien perros hicieron lo mismo. Luego les ladró alegremente. Y se quedó sorprendido al ver que los cien perros también ladraban alegremente con él.
Cuando el perro abandonó aquella extraña habitación, musitó en el lenguaje de los perros: «Qué suerte he tenido al hallar un lugar tan hermoso. Regresaré con frecuencia»
Tiempo después, otro perro callejero entró también en aquella mansión abandonada. Y subió a la misma extraña y enigmática habitación. Pero cuando vio a un centenar de perros mirándole con sus mismos ojos, se sintió amenazado. Rabioso, comenzó a emitir un gruñido sordo… y sintió como un centenar de perros como él, le gruñían al unísono. Asustado, les ladró como nunca había ladrado a nadie… y los otros perros de la habitación abrieron sus fauces, ladrándole con fuerza inusitada.
Cuando el segundo perro salió por fin de aquella extraña estancia, murmuró entre dientes: «Qué casa tan espantosa… Nunca más volveré a entrar en ella.
Como en el cuento, la vida muchas veces nos responde de la misma forma en la que nosotros actuamos.
Como dijo Henry Ford, si creemos que podemos, podremos, pero si pensamos que no seremos capaces, también acertaremos.
Como dice el refrán se recoge lo que se siembra, y aunque a veces la vida nos demuestra que esto no es del todo cierto, no podemos dejar de creer en ello, porque si no habríamos perdido el norte.