¿Cuántas veces hemos pensado qué haríamos si nos tocará una cantidad importante de dinero? ¿Cuántas veces nos hemos planteado cómo nos cambiaría la vida y cómo nos sentiríamos al recibir la noticia de que, en un instante, nos convertimos en millonarios? La mayoría de nosotros nos hemos formulado esta suposición en varias ocasiones. ¿Qué compraríamos? ¿Dejaríamos de trabajar? ¿Ayudaríamos a alguien? ¿Guardaríamos algo para el futuro? ¿A dónde viajaríamos? ¿Mejoraría actividades que realizas actualmente? Las preguntas se agolpan a cientos en nuestra mente al imaginar esta posibilidad.
Les planteo a mis jóvenes alumnos esta opción: ¿Qué harías si les tocara un premio importante en un sorteo de lotería? Las primeras preguntas sirven para clarificar dudas: ¿De cuánto estamos hablando? ¿Qué cantidad es para ti un “premio importante”?, comentan recelosos. No vamos a escatimar en gastos, pongamos que hablamos de varios millones de pesos. La palabra millones, en plural, nos coloca en otra dimensión. Estamos hablando el mismo idioma, esta es realmente una cantidad “importante” para todos. Estalla la euforia y todos empiezan a hablar al mismo tiempo. Tras unos pocos minutos consigo retomar el control y les pido que contesten a la pregunta por escrito. ¿Qué harían con varios millones de pesos? Todos comienzan a escribir con una sonrisa en los labios.
Me entregan y doy lectura a las respuestas y las comentamos. Las opciones son dispares, algunas realmente disparatadas (¡¡me compraría un antro¡¡). En todo caso sus respuestas son acordes a su forma de ser más o menos impulsiva. La mayoría plantea hacer dos partes con el dinero: Una para gastarla en algún capricho, otra para guardarla para vivir sin preocupaciones en el futuro. Varios comentan que no dejarían de trabajar.
Comentamos algunos ejemplos de programas que en el que se cuentan testimonios de personas que fueron agraciadas con premios importantes y señalan como les cambio la vida. La mayoría utilizó el dinero para pagar deudas y darse algún capricho en forma de coches, casas o viajes. La mayoría optaron por aprovechar su fortuna para vivir de manera más tranquila y sin agobios, aunque también hay para quien el día que le tocó la lotería se convirtió en el principio del fin.
Historias hay muchas y hasta documentadas en youtube por los «afortunados» ganadores, les cuento la historia de Michael Carroll, un inglés al que con 19 años le tocaron 11 millones de euros en la lotería. Michael tardó ocho años en gastarse todo el dinero del premio realizando inversiones descabelladas y alimentando todo tipo de vicios. El afortunado ganador fue abandonado por su mujer y su hija al poco tiempo y tras realizar varios delitos pasó varios meses en la cárcel. Durante un tiempo después de dilapidar el dinero, se dedicó a vender su “experiencia vital” por varios programas de televisión y concedió entrevistas a varias revistas sensacionalistas. Agotado el morbo que despertaban sus hazañas pasó a subsistir de una mínima pensión por desempleo que recibe del Estado. Cuentan que llegado a este punto Michael dijo “la fiesta se ha terminado, es hora de volver a la realidad”.
Utilizo el caso de Michael para inciar en un debate con mis alumnos. Vuelvo a la provocación: ¿Acaso lo que hizo Carroll no es lo que desean hacer la mayoría? ¿No podríamos considerar a Carroll como un ejemplo, una persona que sabe vivir la vida intensamente, alguien que sabe aplicar aquello de “vive intensamente cada día como si fuera el último”, una especie de “carpe diem” aplicado hasta las últimas consecuencias? Piso el acelerador de la provocación: ¿Acaso Carroll no se comportó como podrían ustedes comportarse cada fin de semana, con la diferencia de que su “finde” duró ocho años?…
Quizás sea cierto aquello de que lo que fácil se consigue, fácil se pierde. Reflexionamos sobre la importancia de tener los pies en el suelo, sobre lo importante de actuar a corto plazo pero sin perder de vista el futuro, sobre la importancia de pensar en las consecuencias de nuestras decisiones. Recordando la conocida fábula: Ni cigarras ni hormigas, quizás mejor una mezcla de las dos.
Aprovecho la historia de Michael para plantear otros interesantes debates. Con el fin de aprovechar las experiencias ajenas ante sucesos que reiteradamente se presentan en nuestra condición humana y superar la famosa frase «Nadie aprende en cabeza ajena»