Sentados en la plaza del pueblo, dos viejos amigos conversan mientras observan a varias parejas sentadas en el césped.
– Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte? – preguntó el primero
– Lo pensé, pero nunca llegué a casarme – respondió el segundo -. Cuando era joven me decidí a buscar a la mujer perfecta.
Tras esgrimir una leve mueca, el hombre continuó diciendo:
– Cuanto fui a las costas encontré a la mujer más bella que jamás había visto, pero no conocía de las cosas materiales de la vida ni era muy espiritual. Cuando fui a lo más alto de la montaña, conocí a una mujer muy bonita y con un intenso interés por espiritual, pero no se le daba importancia a las cosas materiales o lo que ocurría en el mundo. Seguí andando y llegué a una ciudad, donde tropecé con una mujer muy linda y rica, pero no se preocupaba del aspecto espiritual. Al llegar a las praderas hallé a una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Seguí buscando y en uno de mis viajes tuve la oportunidad de cenar en la casa de una joven bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material. Era la mujer perfecta.
Se produjo un breve silencio que permitió escuchar el suspiro de aquel hombre.
– ¿Y por que no te casaste con ella? – Le preguntó el amigo
– ¡Ah, querido amigo mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
Cuando busques a una persona con quién compartir tu vida, no busques una pareja perfecta. Si ya estás compartiendo tu vida con alguien, no busques que sea una pareja perfecta. Busca a una persona de carne y hueso, con sus sentimientos y su forma de ser particular, con sus cualidades y sus limitaciones, que sienta el mismo amor, compromiso y entrega que tú estás dispuesto a dar, aunque no sea perfecta.
En lugar de esperar a que tu pareja sea la persona ideal, pregúntate primero si tú eres la persona ideal para ella. Esto tal vez te ayude a comprender que el amor no es cuestión de perfección, sino de un diario, amoroso y sincero compartir…