Por los tiempos en que Brahma reinaba en Benarés, era tanta la justicia que había en sus actos, que poco a poco, todo el mundo se hizo justo y nadie acudía ya a los tribunales, por lo cual éstos estuvieron a punto de ser cerrados.
” Es necesario que alguien me haga ver mis faltas -se dijo un día Brahma.- No es posible que mi conducta sea perfecta, pues el hombre no es perfecto y yo al fin y al cabo soy humano. En los tribunales han perdido ya la costumbre de juzgar, pues mi pueblo no acude a ellos. Será necesario preguntar a aquellos que me rodean, para saber mis defectos, y corregirme de ellos.”
Pero los cortesanos, sólo tuvieron palabras de alabanzas hacia él, y ninguno le descubrió falta alguna.
“Es por el temor que inspira la realeza, que me hablan así” -pensó Brahma, y al día siguiente salió de palacio y preguntó a los que allí vivían, cuáles eran sus faltas, pero tampoco encontró a nadie que le prodigase otra cosa que alabanzas.
Entonces decidió salir de la ciudad, y ver si encontraba al fin alguien que descubriera alguna falta en él. Tampoco lo encontró, y por ello pensó en trasladarse a los pueblos de su reino.
Así lo hizo, pero tampoco en ellos encontró a nadie que pudiera decir algún defecto de él, por lo cual el soberano decidió regresar a su palacio.
Dio la casualidad de que por el mismo tiempo, Malika, el Rajá de Kosala, hombre bondadoso y justo, que gobernaba con gran sabiduría su reino, quiso conocer también sus defectos, y como había hecho Brahma, buscó entre sus cortesanos quien se los dijera. Y como no encontrase a nadie, decidió salir de su Palacio en busca de la verdad. Todo lo que halló en su camino fueron alabanzas, y al fin, regresó también a su palacio.
Quiso el azar, que los coches de ambos reyes se encontrasen de frente en un estrecho camino, y el cochero de Malika, dijo al de Brahma:
– Aparta tu coche del camino.
– Apártate tú, -replicó el otro cochero.- En este coche viaja el Rajá de Benarés, el gran Brahma.
– Pues en éste viaja el Rajá de Kosala, el gran Malika.
Al oír esto el cochero del soberano de Benarés, dijo:
– Si en realidad se trata también de un Rajá, ¿qué debo hacer? Lo mejor será que pregunte la edad de ese rey, y si es más viejo que mi señor, me apartaré. De lo contrario haré que se aparte él.
Pero la edad de ambos soberanos era exactamente igual, y también lo era la extensión de sus dominios, la fuerza de sus ejércitos, la importancia de su riqueza, la nobleza de su familia y la antigüedad de sus títulos.
Entonces, el conductor decidió atenerse a la mayor rectitud que demostrase uno de los soberanos.
– ¿Cuál es la rectitud de tu dueño? -preguntó al otro cochero.
– Con los buenos, es bueno; con los justos, justo, y con los duros, duro. Ahora dime las cualidades de tu dueño.
– Con los duros, es suave; con los malos, bueno; con los injustos, es justo y con los buenos, más bueno, Por lo tanto, apártate de mi camino.
Al oír esto, Malika y su cochero descendieron del coche y lo apartaron humildemente, dejando pasar al Rajá de Benarés.