Vinculo. EL PRINCIPITO

por chamlaty

Entonces apareció el zorro:
– ¡Buenos días! -dijo el zorro.
– ¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
– Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
– ¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
– Soy un zorro -dijo el zorro.
– Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
– No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
– ¡Ah, perdón! -dijo el principito.


Pero después de una breve reflexión, añadió:
– ¿Qué significa “domesticar”? -Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
– Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa “domesticar”?
– Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
– No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”? -volvió a preguntar el principito.
– Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa “crear vínculos”.
– ¿Crear vínculos?
– Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo (…)

– Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol . Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
– Por favor… domestícame -le dijo.
– Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.

– Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
– ¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
– Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…

El principito volvió al día siguiente.

– Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón… Los ritos son necesarios. (…)

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:

– ¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
– Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique…
– Ciertamente -dijo el zorro .
-¡Y vas a llorar!, -dijo él principito. 
-¡Seguro! 
- No ganas nada.         – Gano – dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo.  (…)
– Adiós -le dijo.
– Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

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