Un millonario da una fiesta en una de sus mansiones y, en determinado momento pide que la música pare y dice, mirando al lago artificial donde cría cocodrilos de la jungla jarocha.
Quien se tire al lago, consiga atravesarlo y salga del otro lado ganará mis autos, mis aviones y mis mansiones.
En ese momento, alguien salta al agua…
La escena es impresionante. Lucha intensa…, el intrépido se defiende como puede, sostiene la boca de los cocodrilos con pies y manos, tuerce la cola de los reptiles….
Mucha violencia y emoción. Era una escena increíble!
Después de algunos minutos de terror y pánico, sale el valiente hombre, al otro lado, con la piel razgada, lleno de arañones, hematomas y casi desnudo.
El millonario se aproxima, lo felicita y le pregunta:
– ¿Dónde quiere que le entregue los autos y los aviones?
-Gracias, pero no quiero sus autos ni sus aviones.
-¿Y las mansiones?
Tengo una hermosa casa, no preciso de las suyas. Puede quedarse con ellas. No quiero nada que sea suyo.
Impresionado, el millonario pregunta:
– Pero si Ud. no quiere nada de lo que ofrecí, entonces ¿qué quiere?
Y el hombre responde irritado:
– ¡Encontrar al hijo de la Chingada que me empujó al lago!
Moraleja
Somos capaces de realizar muchas cosas que, a veces, nosotros mismos no creemos.
Basta un empujoncito.
Y por supuesto muchas de las veces;
Un hijo de la Chingada,
es útil en nuestra vida.
1 comentario
Si efectivamente a veces no sabemos hasta donde podemos llegar porque nuestra vida está llena de conformismo, si tenemos lo necesario, nos encerramos en un mundo de cristal, sin saber que ese cristal se puede romper en cualquier momento y el que lo rompe es precisamente ese hombre peculiar que nos lanza al lago de los cocodrilos, pero un sexto sentido de sobrevivencia, el coraje de salir adelante y demostrarnos a nosotros mismos y a nuestra familia que podemos salir otra vez de esta situación, como hemos salido con las anteriores pero con más fuerza, porque tenemos mucho que dar y luchamos contra quien sea y cada herida recibida en esa lucha es un fuerza descomunal que nos impulsa a salir a la otra orilla. Cuando por fin estamos en la otra orilla queremos buscar al responsable de nuestra desgracia y estamos dolidas, aturdidas y odiando al miserable que nos lanzo. Pero cuando las aguas vuelven a su cauce y vemos a lo lejos un paisaje hermoso en el que podemos entrar agradecemos a esa persona que no tuvo compasión de nosotros al lanzarnos, porque sin ese empujoncito jamás hubiéramos sabido hasta donde podemos llegar, posiblemente algún día la vida me va a dar la oportunidad de volvernos a ver pero ahora en situaciones muy diferentes.